Como ocurre con otras tantas cosas dentro del equipamiento del caballo, como por ejemplo las vendas y protectores de las que ya hemos hablado, al salvacruces se le considera innecesario muchas veces. Y lo cierto es que aunque los salvacruces de algodón fino con borreguillo lateral al final son una mera decoración que apenas acolcha mucho más, un buen salvacruces sí tiene mucho que ofrecernos, y muchas veces ni siquiera será estético.
Como su propio nombre indica, sirve para salvar la cruz, por tanto si nos ceñimos a ello con más pequeños y solo para la zona de la cruz, pero con el paso de los años y las innovación se han hecho más grandes, de forma que se convierten en salvadorsos, pero al final le podemos llamar de las dos formas. El caso es que ayuda a proteger esa zona desde la cruz al final de la silla. Y diréis, ¿de qué? Pues de los impactos producidos por el jinete al montar (sobretodo a trote), ya que permite repartir el peso y amortiguar; y de posibles pinzamientos de la silla por no estar perfectamente ajustada al caballo.
Ya que las sillas a medida no son baratas, esta segunda opción puede ser muy común, y los pinzamientos de la silla pueden hacer mucho daño a la cruz y el dorso del caballo, y así causar lesiones que pueden llegar a ser graves. Por ello, sobretodo en disciplinas donde el jinete no utiliza un asiento es suspensión como en la doma clásica, es importante tenerle a tu caballo un buen salvacruces.
A la hora de elegir el salvacruces debemos huir de los más simples que pretenden ser estéticos y no protegerán nada. Los mejores son los de espuma y los de gel. Los de espuma suelen ser más anchos, y amortiguan y protegen bien, mientras que los de gel suelen ser más fino, y además de lo anterior, suelen repartir mejor el peso. Además, los de gel tienen el añadido de que resultan como pegajosos al tacto, por lo que también tienen función antideslizamiento de la silla. Hay salvacruces de todos los precios, pero pensad en la salud de vuestro caballo antes de escatimar gastos.