El caballo posee una dentadura grande y fuerte, con un total de cuarenta y cuatro dientes. Cada mandíbula está formada por tres dientes incisivos, un canino, cuatro premolares y tres molares. Tanto su alimento natural y como el doméstico, son duros ásperos y asombrosamente abrasivos, es por eso que necesita una buena masticación para partirlo y facilitar la penetración de los jugos digestivos que deben procesar los nutrientes para su posterior absorción.
Los dientes incisivos se utilizan para cortar la hierba y crecen formando un semicírculo. Entre los caninos y premolares hay un espacio bien diferenciado que se denomina diastema. Todos los dientes se caracterizan por tener coronas muy altas y raíces pequeñas en comparación.
La acción de masticar se efectúa en forma oblicua, pues la mandíbula superior es más ancha que la inferior. Por ello se les pueden formar cantos en la parte delantera o trasera de los molares, que si no se liman, pueden causar el mal cierre de la boca.
Para conocer la edad del caballo mediante la observación de los dientes, es indispensable explicar su posición y diferencias. Primero y principal, los colmillos y las muelas no sirven para determinar la edad. También conviene entender que el caballo nace ya con cuatro dientes mamones, dos en medio de las encías superiores y dos en medio de las inferiores.
El potro ya los posee fuera de las encías y al año tiene los doce dientes de leche que debe tener. A los dos años y medio, muda los cuatro primeros mamones y a los tres años y medio otros cuatro más. Al año le crecen los llamados dientes extremos, que serán posteriormente incisivos.
Cuando estos ya están en medio de su período de crecimiento se advierte que el caballo ha cumplido los cinco años y cuando los dientes se muestran rancios, es que ya cumplió los siete años y a medida que el caballo de hace mayor, los dientes se vuelven más triangulares.