El caballo siempre ha sido considerado un atleta y superviviente natural, ya que esa fue la condición que les permitió sobrevivir, en el pasado, como animal salvaje. Su anatomía está compuesta por: esqueleto, músculos, aparatos y sistemas.
El esqueleto del caballo tiene entre sus funciones, proporcionar el sostén a los músculos, protección a los órganos internos, apoyo a las partes blandas y la movilidad necesaria a sus piezas para que el caballo se desplace a varias velocidades, se acueste o paste. Los huesos, en sus articulaciones, están formados por cartílagos que son los encargados de compensar el desgaste en la superficie del hueso.
Sin embargo, la característica más notable en anatómica del caballo moderno es la pezuña con un único dedo en cada una de sus extremidades, ya que sus formaciones óseas que corresponden a los dedos laterales desaparecieron por la falta de uso, y hoy en día se pueden apreciar a los lados del hueso central.
La función del casco o vaso, es la de reportar el peso del cuerpo. Posee una estructura extremadamente compleja, muy sensible a la presión y con un excelente aporte sanguíneo y nervioso. Consta de una capa externa protegida por la sustancia córnea, que crece hacia abajo, desde la banda coronaria.
Como otras especies de mamíferos, los caballos, poseen cuatro clases de tejidos básicos. Cada uno de ellos tiene sus propias características especiales que contribuyen a la función de todo el cuerpo. El tejido conjuntivo cumple funciones como las de las estructuras óseas, que sostienen y dan forma al cuerpo y a sus estructuras blandas.
Formas simples de este tejido son los tendones, ligamentos y vainas de material fibroso que protegen diversos órganos y músculos. Estos músculos permiten al caballo moverse y están insertos en el hueso por un extremo y en sus tendones por el otro.